(Caracas, 1846 - La Guaira, 1892) Poeta
venezolano considerado el mejor exponente del Romanticismo en su país.
Tardíamente llegó el Romanticismo poético a Venezuela de la mano de Juan
Antonio Pérez Bonalde, pero no hubiese podido escoger mejor guía que este
poeta. Su vida estuvo marcada por la pobreza y el exilio, las penurias y los
trabajos ingratos y la pérdida de seres queridos, pero nada de ello le impidió
atesorar una cultura literaria sin parangón en la Venezuela de su época. Como
los grandes románticos europeos, fue adicto al opio y a los viajes, reales e
imaginarios. Tuvo la suerte de llegar tarde al Romanticismo, gracias a lo cual
pudo ahorrarse los aspectos más declamatorios y altisonantes de este movimiento,
y la desgracia de morir antes de ver confirmado el carácter anunciador y
precursor de su poesía en la de los venezolanos que le sucedieron. Se ha dicho
de él que, después de Andrés Bello,
fue, en el siglo XIX, el poeta más alto y cosmopolita de la historia del país.
Pérez Bonalde era el noveno hijo de una familia
de escasos recursos. Tanto su educación como su afición a la lectura se
fraguaron en aquel hogar modesto. A los doce años sabía alemán y leía a los
poetas románticos. Sus padres, Juan Antonio Pérez y Gregoria Bonalde, tuvieron
que emigrar en 1863, cuando Venezuela se hallaba sumida en el caos de la Guerra
Federal (1859-1863), la más larga contienda civil desde las guerras de
Independencia. Durante los cinco años que duraron las exacciones de caudillos y
montoneras y las epidemias de malaria y disentería que las acompañaban,
perecieron en Venezuela (de cerca del millón ochocientos mil habitantes que
contaba entonces el país) entre 150.000 y 200.000 venezolanos, es decir, del
ocho al once por ciento de la población del país.
El joven Pérez Bonalde tenía quince años cuando
conoció su primer exilio. Su padre era un liberal, y se le conminó a escoger
entre el destierro o una muerte casi segura. Sin recursos, en la mayor pobreza,
la numerosa familia fue a parar primero a Puerto Rico y después a Santo Tomás.
Juan Antonio ayudaba a su familia dando clases de piano y haciendo de maestro
de escuela. En 1864 regresó a Venezuela y colaboró con publicaciones liberales.
En 1870 se incorporó a una Sociedad Patriótica
que asumió posturas críticas ante el nuevo gobierno autoritario del general Antonio
Guzmán Blanco. Pérez Bonalde era ya conocido como poeta entre sus amigos,
quienes lo incitaron a escribir una sátira contra el presidente. Esto bastó
para que las autoridades lo expulsaran del país. Para hacerse una idea del
clima imperante bajo el gobierno del "Americano Ilustrado", baste una
conocida anécdota. En 1873, en un certamen literario cuyo tema impuesto era la
exaltación de un genio de la ciencia, resultó vencedor el autor de un poema en
el que se cantaban loas a Copérnico
y que llevaba por título El poder de la idea. Pero como el desafortunado
ganador había omitido mencionar en su panegírico al presidente de la República,
éste ordenó que no se le hiciera efectivo el premio. "Que le cobre a
Copérnico", fue su comentario, para que el poeta tuviera "una idea
del poder".
Pérez Bonalde se estableció en Nueva York, donde
trabajó para Lanman y Kemp-Barclay, una fábrica de perfumes. De 1870 a 1888
viajó incansablemente como agente comercial por diversos países de
Hispanoamérica, Europa, Asia y Medio Oriente. Extraordinariamente dotado para
el aprendizaje de lenguas, "hablaba con impresionante perfección el
inglés, el alemán, el francés, el italiano y el portugués. Hasta el danés y el
chino parece que llegó a entenderlos", según apunta Arturo Uslar
Pietri. Pérez Bonalde fue el primer escritor venezolano verdaderamente
cosmopolita, mezcla de Chateaubriand
y de Heine del Caribe. En 1877 publicó su libro de poemas Estrofas, que
incluye su más célebre composición, Vuelta a la patria, sin duda el
poema lírico venezolano más importante del siglo XIX. Y fue en Ritmos
donde, en 1880, recogió Poema del Niágara, un canto a la naturaleza en
la mejor tradición romántica.
En 1883 vivió su más honda tragedia personal con
la muerte de su única hija, Flor, suceso que le inspiró otra de sus notables
composiciones y la decisión de no volver a publicar su poesía. De regreso al
país en 1889, tras la muerte de su madre, recibió el homenaje del mundo
intelectual. Una muerte súbita lo sorprendió antes de que pudiera encargarse de
una misión diplomática que le había sido encomendada. Su salud se había
resentido gravemente tras años de privaciones, tragedias familiares y vida
trashumante.
Conviene destacar su
obra como traductor, al menos tan importante como su producción poética. Además
de sonetos de Shakespeare,
son especialmente notables sus versiones de El cancionero de Heinrich
Heine (1885) y del poema El cuervo, de Edgar
Allan Poe (1887), la primera en lengua castellana. Del
prólogo que escribió a su traducción de Heine opinaba Menéndez
Pelayo que es "el monumento más insigne que hasta
ahora han dedicado las letras castellanas al último gran poeta que hemos
alcanzado en nuestro siglo", y, de la versión misma, que representaba
"uno de los libros de poesía castellana que más instinto poético demuestra,
aun siendo trasladado de pensamientos ajenos". Entre los venezolanos,
Jacinto Fombona Pachano veía en las traducciones de Pérez Bonalde más instinto
innovador y audacia que en su propia poesía: "Fuera de un Gustavo
Adolfo Bécquer, no recordamos otro alguno de los
románticos que hubiese comprendido mejor, por ejemplo, el aliento extraño y
renovador de la poesía nórdica".
No es exagerado
considerar a Juan Antonio Pérez Bonalde como el más grande de los románticos
venezolanos y el precursor de la moderna poesía venezolana. Su búsqueda y
frecuente hallazgo de la precisión verbal permite descubrir en Pérez Bonalde a
un poeta auténtico. Ésta es, precisamente, su más alta lección: decir más con
menos en un tiempo donde abundaban el floripondio y la vaguedad retórica. Su
obra poética, no muy extensa, lleva la impronta del romanticismo melancólico:
nostalgia de lo perdido, culto a los muertos, crepuscularismo. Es un excelente
lírico romántico de evocaciones nostálgicas, cuyos ecos lo acercan más al
posromanticismo que al modernismo. Y su poesía influyó poderosamente en la
lírica venezolana. Sus poemas más recordados son la elegía Flor
(dedicada a su hija Flor, que murió siendo muy niña), Primavera, Poema
del Niágara y Vuelta a la patria
Expresión del dolor del
desterrado que regresa a su país, donde le espera, desgraciadamente, la tumba
de la madre muerta, Vuelta a la patria (1875) es a la vez un composición
sobre el amor patrio y el amor filial, nutridos y fortalecidos en la ausencia.
El poema fue escrito en el mar, mientras el barco que transportaba a Pérez
Bonalde navegaba no hacia La Guaira, como podrían hacérnoslo creer algunas de
sus referencias, sino hacia Puerto Cabello, donde lo acogieron parientes y
amigos, ante los cuales leyó su composición. La pervivencia de este poema debe
atribuirse a su calidad emotiva, a la sinceridad y a la profundidad del
sentimiento expresado, al contenido tan humano que encierra, así como al don
lírico y a la plasticidad de una expresión densa y matizada, cuyo ritmo externo
se amolda maravillosamente al de la emoción.
Fuente: Lecturasyvidas.com
Imagen: Google imágenes.
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