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sábado, 26 de febrero de 2022

Reposo & Memoria

 Relato por: Wollmer A. Uzcátegui H.

El chisporroteo del fuego, tan ocasional como reconfortante, resultaba una excelente adición para el acto de hojear aquel libro; sus manos pasaban las paginas en gestos tiernos que solo podían ser debidos a la cantidad de ensoñaciones que le provocaban la clase de tomos que gustaba de comprar cuando se paraba en la librería de alguno de los pueblos que constituían las primeras paradas de su itinerario. Resultaba una cosa muy fácil para el perderse de manera momentánea en las páginas llenas de reinos y ducados que nunca hubiera visto en su vida, eso por no decir las bellas ilustraciones que acompañaban los breves resúmenes de aquellos lugares que (pese a que se encontraba a unos cien kilómetros de cualquiera de las fronteras del pequeño archiducado de Guntrand) deseaba conocer con un vigor que le hacía hervir la sangre con tal arrojamiento que simplemente se veía incapaz de mirar en cualquier momento hacia atrás, hacia su pequeña aldea.

Mucho menos tales añoranzas le hubieran podido asaltar cuando las emociones del viaje que había emprendido solo eran de la clase que harían a cualquier corazón valiente retumbar con brío valeroso mientras se desenvolvían tales vicisitudes; no solo había logrado escapar de una emboscada instituida por un grupo de salteadores de caminos a la mitad de la noche, sino que también había logrado acabar con su líder durante su forzosa retirada con una flecha. Si bien tal gesta solo enardeció aún más a los salteadores que seguían con vida, pudo (muy de mano de la Señorita Fortuna) escaparse mientras infligía algunas pérdidas más en el grupo de forajidos; la cosa pudo haber continuado durante el resto de la noche, pero cuando una tormenta como ninguna que recordase pareció aproximarse a las montañas que conducían hasta Liutgeri, acompañado de las bajas sufridas, convencieron a sus perseguidores para olvidarse de él.

Si bien, tal cosa realmente constituía un éxito, resultaba un tanto amargo que el fin de la persecución con el fin de matarle hubiera terminado tan lejos de aquella villa que iba a servir de su siguiente parada, contaba con los suministros suficientes para aguantar la noche en el bosque y llegar al día siguiente, pero con la amenaza de una tormenta a punto de dejar caer un monzón a las puertas, y con su alforja de viaje cargada con aquellos libros que, al igual que a la comida, no bien llevaban bien el empaparse, se decidió a tratar de encontrar rápidamente algún refugio, o como mínimo, un lugar donde colocar la alforja.

La rápida batida que hecho de sus alrededores, después de un rato, derivo en éxito, cuando pudo atisbar no demasiado lejos una cueva; estaba en la cima de una pequeña subida que no estaba demasiado lejos, aunque el camino era tan irregular como podía ser en las montañas que dan acceso a Liutgeri, parecía una casi seguridad de que no tendría que gastar más dinero en comida o en libros una vez llegado al pueblo, por lo que se encamino de inmediato a la cueva lo más rápido que pudo pese al cansancio y la fatiga intrínsecas a una lucha como la que él había librado hacia poco.

Marcho, raudo y jadeante hasta que alcanzo la no tan alta cúspide que daba acceso a la caverna, sentía ahora más que nunca el peso de sus pertenecías sobre sí, junto a una necesidad imponente por dejarse caer en el suelo, pero a fin de preservar sus objetos, no hubo mucho más remedio que el aventurarse hasta el fondo de la cueva, y fue una suerte que hiciese tal cosa; la venteada lluvia prontamente se adentró dentro del lugar, no mucho más de unos tres o cuatro metros de la entrada; afortunadamente, él se había adentrado alrededor de siete u ocho metros, lo cual simplemente le dejo con el viento cargado de humedad soplándole a las espaldas, pero por el resto, se encontraba completamente seco.

Optó entonces por buscar con el tacto alguna de las paredes más cercanas, aunque no fue tan necesario, un relámpago ilumino fugazmente el lugar, y pudo distinguir, aunque fuese por unos segundos, un poco de la cueva, se movió con cuidado de no tropezar hacia la izquierda, dejo el arco y el carcaj aun lado suyo mientras revisaba con detenimiento su alforja tras sentarse, palpo en busca de aquello que sabía vendría extremadamente útil para un caso como este, y recordaba haber adquirido a modo de prevención unos cuantos poblados atrás, a quizá unos quince kilómetros de las montañas en las que finalmente la inversión hecha en ese momento valdría la pena.

No pudo evitar, sin embargo, palpar los compendios geográficos cuando hizo aquello, a fin de comprobar que estuvieran secos, y tras hacerlo, continúo rebuscando hasta que finalmente, un objeto esférico y liso estuvo su mano; sujetándolo con cuidado, lo saco de su alforja con delicadeza, no había sido una compra excepcionalmente barata, y al haber comprado solo uno, no podía darse el lujo de llegar a romperlo con un mero descuido.

Cuando retiro su mano derecha de la alforja, con el artefacto en mano, aparto la misma junto al carcaj y el arco, y rememoro en aquel momento las instrucciones que el artificiero le dio en cuanto tuvo la Esfera Elemental en sus manos.

“Se trata de un cristal de fuego estable” Le había dicho aquel mientras ojeaba su adquisición “Solo tienes que lanzarlo al suelo o a donde sea que quieras fuego, siendo magia piromántica, el cristal mantendrá vivas las llamas durante unas cinco horas o así, por supuesto, esto no aplica si se lo lanzas a un enemigo o a un cuerpo de agua, pero de lo contrario, tienes en tus manos una fogata instantánea”

Agito ante tales rememoraciones la esfera, y esta ofreció un realmente leve brillo anaranjado, la clase de naranja que solo puede verse en los fuegos creados por magia, de manera casi instintiva, arrojo el aparato a un metro suyo y este realizo una combustión casi instantánea. Sentado frente a ese fuego ahora, recayó en como muy probablemente su cara se había iluminado con una sonrisa de triunfo cuando el fuego se estabilizo y prevaleció, lo siguiente después de su euforia de cara a la ignición de las llamas que le mantendrían cálido hasta la mañana siguiente, fue una muy merecida cena, no estaba seguro de que hora era, pero tales acciones, desde la lucha hasta la carrera para llegar hasta la cueva le abrieron el apetito enormemente, por lo que se dedicó a satisfacer su hambre, ya seguro de los elementos, y con la certeza de que un fuego tan potente como aquel mantendría a cualquier alimaña que pudiese habitar la cueva a raya.

Y, como dicen, el resto es historia; no tardo nada en decantarse por terminar de agotar sus energías en las únicas añoranzas que le alcanzarían durante el resto de su viaje que eran las provocadas por el tomo en sus manos, y ahora, tras decidir que ya había visto lo suficiente, junto al hecho de que sentía los parpados levemente pesados, decidió colocar aquel Geografía & Cultura Volumen IV, de regreso a su alforja, junto con las otras partes del compilado, para después utilizar la susodicha depositaria como una improvisada almohada, descanso la cabeza prontamente ahí, y se durmió observando el fuego, dentro del cual juraría que podía ver, entre las llamas, figuras que representaban las siguientes aventuras que podrían venir, justo en aquel punto cuando las fantasías avivadas por el reposo de la consciencia convergen con el sueño de la razón diurna.

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