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miércoles, 21 de junio de 2023

El encuentro .

 

Cuento. Escrito por Mireya Hidalgo. 

Humberto caminaba por el bulevar empedrado de la ciudad colonial que lo vio nacer y crecer, cuando se topó con José, antiguo compañero de estudio, que no veía desde que ambos se marcharon a estudiar a distintos destinos. Se saludaron de forma entrañable, llenos de sincera emoción…Entonces decidieron ir a la plaza cercana y ya sentados en un banco a la sombra de frondosos árboles, iniciaron las remembranzas de sus anécdotas juveniles. Lejanas, tan lejanas como las canciones olvidadas de su pasado en común. En la conversación surgieron risas, nostalgia y una tristeza recóndita por los que habían partido.

Hablaban amenamente, cuando Humberto ya convertido en abuelo, le pregunto a José por sus nietos, tengo tres nietas le respondió, adorables todas, pero Ana es la que más se me parece, en el espíritu aventurero y curioso, le gusta viajar, es toda una exploradora. El dilema son sus padres, ya sabes dejarla viajar sola o acompañada, ya que siempre hay sorpresas. A veces pienso que exageran, pero… también recuerdo, por ejemplo, lo que nos pasó en aquél viaje que emprendimos, hacia la gran ciudad siendo apenas mayores de edad. Por supuesto que lo recuerdo, acotó su interlocutor, tomamos el autobús a medio día, calculando que llegaríamos a eso de las cuatro de la tarde, para buscar un lugar donde dormir…

Entonces José recordó que cuando llevaban como dos horas de camino, un torrencial aguacero originó un retraso de casi hora y media… por lo que llegaron a su destino con el crepúsculo, completamente desorientados. Entonces decidieron tomar el metro, para que los condujera más rápido al centro y buscar alojamiento. Ambos esperaban tras la raya que demarcaba la distancia segura para bajar o subir al vagón. Cuando éste llegó y los pasajeros empezaron a descender, José tropezó bruscamente con uno de ellos, entre tanto Humberto abordó el tren, creyendo que José iba tras él. Pero no fue así, éste apenas se recuperaba del tropezón cuando observó anonadado como su amigo se alejaba…

Por su parte Humberto que confiaba en José para tomar decisiones, puesto que había visitado la ciudad al menos dos veces más que él, con su papá…de repente no supo qué hacer, no sabía cómo era lo de las paradas, ni donde debía descender del tren…Así que después de pasar unas cinco estaciones decidió bajarse y preguntar en la taquilla de información, en donde le aclararon que estaba bastante alejado de donde venía. Lo que debe hacer es esperar el tren que viene de vuelta, pero tiene que salir y ubicarse en el sentido opuesto. Él dudo, era de noche, estaba lloviendo y no tenía ni la más mínima idea de en donde se encontraba. No obstante, siguió las recomendaciones, tomó el tren que pensó sería el que lo llevaría de vuelta, y descendió de este en la que también creyó era la estación de donde partió inicialmente…

Pero estaba equivocado. Con la gente que bajaba rápidamente y el desconcierto se dejó llevar por la multitud, que se dispersó apresuradamente, encontrándose de repente en una avenida sin saber a dónde ir. Camino unas cuantas cuadras, pero estaba totalmente desubicado, trató de volver a la estación, pero no pudo. Entonces pensó que buscaría donde dormir, y que en la mañana encontraría a José. Por lo que siguió caminando, pero no conseguía lo que buscaba: nada de alojamientos, sólo edificios, que a medida que avanzaba se iban tornando menos profusos y las avenidas transformándose en calles, con menos estructuras e iluminación.

De pronto, la leve llovizna se hizo más fuerte, mientras él continuaba en su empeño de encontrar al menos, un pequeño motel, donde descansar hasta el amanecer. Mientras seguía con la búsqueda, pensaba en que siempre consideró a la urbe como un sitió densamente poblado, pero bajo estas circunstancias, también notaba que cada quien andaba en lo suyo, caminaban de prisa y se alejaban, antes de que pudiera abordarlos, los carros avanzaban velozmente con las ventanas cerradas, los motorizados superaban en rapidez a los autos. Y la lluvia, la lluvia hacía que todos fueron más de prisa, él al parecer,se movía a una velocidad más lenta del resto de lo que se encontraba a su alrededor…

Inmerso en estos pensamientos, de pronto se encontró en un espacio abierto, que desprendía calor, y un humo maloliente, como a materia orgánica descompuesta, le parecía percibir a unos cuantos perros roer huesos de restos de animales, también algunas aves de rapiña posadas en troncos de árboles muertos, montones de desperdicios, basura... ¿en qué lugar había ido a parar se preguntó? Entre la lluvia y la escasa luz, ya no podía distinguir bien, su ropa estaba empapada; y no encontraba qué hacer…De repente, vio un grupo de tres personas bajo un techo improvisado con láminas de metal desgastado. Sintió temor, pero decidió arriesgarse… 

Pero justo cuando resolvió avanzar, sintió que alguien lo sujetó por uno de sus brazos. Aterrorizado se volvió a mirar, para saber quién era…se trataba de un indigente, de rostro adusto, le dijo que no se acercara a ese grupo, que lo mejor fue que no se percataron de su presencia y le preguntó: ¿qué haces por aquí? Él le contestó entre avergonzado y temeroso, lo que le había ocurrido, mientras el hombre que le pareció de edad mediana, lo alejaba de ese tenebroso lugar con un caminar apresurado, por una ruta diferente a la que lo condujo hasta allí. Entonces sintió un alivió, cuando en la marcha acelerada que llevaban, el menesteroso le dijo, que por la descripción que le dio, pronto estarían en el lugar en donde se separó de su compañero. Humberto solo podía avanzar al lado de ese guía reservado, que apenas podía apreciar, por la chaqueta con capucha que vestía. Mientras que en su mente, mantenía la idea alentadora de que todo estaría bien, que pronto saldría de ese desconcierto…

Serían casi las dos de la madrugada,cuando el curioso personaje y él llegaron a la estación del metro, en donde se produjo la separación. Humberto, después de hablar con el funcionario de la taquilla de información y dar el nombre completo de su acompañante, para que, por los altavoces informaran que él lo solicitaba. Se hizo a un lado a esperar con ansiedad, a ver si esto ayudaba a que se encontraran. Pero ni bien habían terminado de dar el tercer aviso, cuando José se le acercó efusivamente. Le explicó que prefirió no moverse, en la seguridad de que volvería al lugar donde se habían separado. Humberto, con los ojos húmedos y profundamente emotivo, le dijo que no lo hizo solo, que tuvo ayuda, se trata de un hombre noble, y lo invitó a buscarle en el sitio donde dijo que lo esperaría, tras ir a dar el aviso, también quería agradecerle… pero se había ido… 

José rio a carcajadas, después de recordar aquella aventura, diciéndole a Humberto: ¡tremenda extraviada, hermano! Si le respondió, y siempre recordaré con agradecimiento a ese ser bondadoso que me sacó de allí, y que no pudimos encontrar…Después de esta amena charla, ambos siguieron sus respectivos caminos…

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